Es fácil ciertas noches encontrarme
como quien descubre su alma en una pecera
y canto y sufro y beso las paredes
cediendo el tiempo a lo que siempre pierdo
y te sueño y me muero y te evaporas.
Libros que pesan como suspiros pasados,
historias que recuerdan lo que ha sido,
cerillas que se apagan sin prenderse.
El canto general no siempre acierta
y hay veces que un silencio me aterra
y hay silencios que llaman al llanto
y hay llantos que secan las montañas.
Duermo o no, quién lo sabrá si no me llamas
a preguntar por alguien que eleve tu voz
hasta más arriba de los armarios donde
habremos de guardar sin dudarlo
los anillos de nácar y las cuerdas.
Descubrir que es posible amarte sin poemas
ni nadie que idolatre la amargura
que de siempre ha acompañado a la ignorancia
y al verte reposar entre franelas.
Aprender a mirar ya sin postales
ni canarios ni adoquines ni contratos.
Contar el tiempo por velas,
por canciones o por besos
o por valses teñidos de agridulce
y saber que las agujas no son nuestras,
que fabrican un aroma para otros destinos.
Si tan solo pudiera hacer un agujero
en que tú te mostraras como eres,
como sé que debes ser en la penumbra,
imaginándome y nombrando mi nombre
como si siempre fuera este ahora mismo
y tus pisadas pudieran anunciarse.
Tan solo has de llamar a cien guardianes
que quieran expulsarme o engatusarme.
Aquí estaré desnudo y algo cabizbajo
pero con un futuro que aguarda tus barajas.
Desliza tu azafrán entre las servilletas para siempre
o permite que al menos mis delirios
permitan descifrar tu anatomía,
y así bailar por siempre en la marea,
hasta que el océano haga sonar sus campanadas.
(Nota: Lo escribí hace muchos, muchos años. Hoy me lo he vuelto a cruzar, y quería compartirlo con vosotros, aunque sólo sea porque llevo no sé cuantos sonetos seguidos en el blog. Se admiten/ruegan comentarios.)