Ella está embelesada por tu encanto,
tu risa, tu sabor, tu colorido,
porque la has escuchado y comprendido,
porque le has dado amor y risa y llanto.
Yo, sin saber qué hacer, muerto de espanto,
rabioso, temeroso, confundido,
pensaba que quizás la había perdido
y me entregué al horror del desencanto.
Eso ha cambiado: ahora tengo el gusto
de conocerte, y quiero ser tu amigo;
pero no vale de cualquier manera
porque ella así lo quiere, y es lo justo:
deja que nos amemos, que contigo
juntos recorreremos tu ribera.