Cuando mi mente, tranquila, reposa
pensando en tu mirada más traviesa;
cuando los dos, sentados a la mesa,
reímos al decirnos cualquier cosa;
cuando, en la ducha, piensas sigilosa
el modo de morderme por sorpresa;
cuando tu piel perfumada me besa
formando un remolino que me acosa,
comprendo que el amor no es un combate
donde deba humillarme al enemigo
ni un ejemplo jovial de escaparate,
sino un dejar de mirarme al ombligo
para que el verte alegre me delate
que el mundo es colosal si estoy contigo.